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¿Volver con mi ex?

La semana pasada les compartí en este blog un artículo titulado “¿Por qué las mujeres permanecen en relaciones de violencia?”. En este texto se buscaba analizar y explicar las razones por las que las mujeres permanecen en una relación en la cual viven violencia, algo que podría ser incomprensible para aquellos seres humanos con un conjunto de competencias emocionales, sociales, económicas y psicológicas, de alto nivel, para quienes las incongruencias de amar a alguien que te lastima intencionalmente, no caben. Sin embargo, creo que es bastante común que las personas que terminan una relación de pareja (con violencia o sin ésta), al cabo de un tiempo regresen con la persona amada, aunque la relación haya tenido y, posiblemente, siga teniendo, problemas y/o disfuncionalidad.

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Por lo tanto, en esta ocasión me gustaría escribir sobre algunas de las razones por las que las personas, sean hombres o mujeres, regresamos a relaciones que en algún momento decidimos dejar. Dado que la experiencia humana es compleja y diversa, centraré mi análisis en tres aspectos: ausencia, memoria selectiva y deseo/desesperación por recuperar lo perdido.     

Como se puede percatar, no he mencionado al “amor” como una de las variables para regresar con el/la ex. Sin embargo, si usted les pregunta a aquellos que han vuelto una o varias veces, seguro le dirán que es por amor. Pero, ¿qué es el amor? Retomaré la definición dada por Fernando Savater en su libro Ética de la Urgencia, “El amor que nosotros conocemos es aquel que sentimos por otros seres humanos y por algunos seres vivos. Es un amor que está marcado por la preocupación de conservar a la persona que quieres, que no se nos vaya, que no desaparezca. El amor es querer que alguien siga existiendo” (p.77).

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Por lo tanto, cuando se ama a alguien, uno no desea perderlo, no desea que deje de existir (física, simbólica o emocionalmente), por lo que suele tener miedo a que esto pase, y hacer cosas para evitar dicha pérdida. Sin embargo, a veces, en la cotidianidad, asumimos u olvidamos que esa posibilidad existe, creemos que el otro o la otra, no se irá, no se cansará, resistirá porque nos ama, y porque posiblemente también teme perdernos. Pero a veces, uno vence el miedo, tal vez de forma momentánea, pero lo vence, y decide terminar, alejarse, partir. Dejando y llevando consigo… ausencia.

La ausencia de un ser amado (pareja o no, violento o no), puede ser algo que nos trastoca, que nos cambia, que influye en nuestra forma de ver el mundo, de interpretar la alegría, de encarar la cotidianidad que antes nos hacía feliz, pero que ahora, se siente lenta, vacía, incómoda. La ausencia nos hace mirar a aquellos lugares que se llenaban de la presencia del otro; el cuarto, la sala, la cocina, la cama, la almohada, el celular, las fotos, las manos, el cuerpo, el camino, los sueños. Miramos y buscamos su rostro, sus ojos, su voz que rompía el silencio. Buscamos y miramos, a veces conscientes, a veces por accidente, tan solo para darnos cuenta de su ausencia.

Es ahí cuando el amor se hace presente, cuando el valor mengua y se desvanece, entre la tristeza de la pérdida, y la embestida de una memoria selectiva, una memoria que se empeña en recordar lo bueno, en enfocar las tardes de risa, de juego; las mañanas de domingo, de pelis en cama y desayuno a la carta, de horas de sábanas y noches de charla, de pasión, de respiración entrecortada y caricias pausadas. Y es que, ante la ausencia, la memoria parece olvidar lo doloroso, pareciera que este mecanismo evolutivo que nos permite no recordar la sensación del dolor físico, se aplica para filtrar y desenfocar las experiencias que nos hicieron marcharnos. De pronto, nos encontramos recordando de forma automática e intrusiva, lo bueno, añorando lo poco o mucho de lo agradable que tenía la relación, y es que, sin lugar a dudas, todas tienen algo de esto.

En este punto, cuando los días pasan y las noches se cargan de insomnio, de soledad forzada, de fugas psíquicas que irremediablemente te llevan a pensar en él o ella, es cuando aparecen las dudas, el miedo, la desesperación. Cuando no sabes cómo atemperar las ganas de salir a buscarle, mandarle un mensaje o llamarle; cuando comienzas a creer que te has equivocado, que la relación no era tan mala, que podías seguir ahí, aguantando, dando de ti; cuando comienzas a desear que vuelva, porque tal parece que tu vida era mejor con él o ella. 

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A estas alturas, cada uno toma decisiones diferentes, algunos buscan a la pareja y deciden regresar, aunque si las cosas por las que terminaron no se resuelven, esto pudiera hacerlos entrar en un círculo, en el que cada ciclo de partida y regreso, influye negativamente en su amor y su percepción de la capacidad para salir de esto, generando una posible desesperanza, indefensión y/o resignación hacía la relación y su permanencia. Otros, buscan suplir la ausencia con nuevas experiencias, con las sensaciones físicas y emocionales que confiere un nuevo emparejamiento, una nueva relación casual o formal que ayude a transferir los afectos y aligerar las emociones negativas del duelo. Y tal vez, algunos otros, decidan evitar las opciones anteriores, aceptando el reto de olvidar en solitario, sin suplir, sin transferir, sin buscar sucedáneos; desarrollando las habilidades para permanecer en ese estado y sentirse satisfechos.

Ninguna respuesta es mejor que otra, no al menos sobre la base del juicio ajeno, será responsabilidad de cada uno evaluarlo e identificar lo correcto bajo sus propios términos. Posiblemente, todos pasemos por estas decisiones o acciones en más de una ocasión, con la misma pareja o con diferentes, de forma aislada o en secuencia, ya que, como dijo Erich Fromm en su libro El arte de amar, el amor es una cosa muy compleja, hasta para las personas más maduras.

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Por mi parte, sé de sobra que la separación de un ser amado, voluntaria o impuesta, puede doler mucho, que su ausencia pesa, que nuestro humor cambia, que a veces la sonrisa se siente falsa, y que los miedos, dudas y temores del futuro pueden llegar a ser constantes y abrumadores, como el pensamiento de creer que no encontraremos a alguien más que nos ame o que nos acepte. Sin embargo, creo que es sumamente importante analizar estas creencias, contrastarlas con la realidad, con nuestra historia y la historia de miles más que han pasado por lo mismo, que han sentido lo mismo, y que ahora saben que no era real.

Por eso, si estás pasando por esto, sal, platica con aquellos que son importantes para ti, pide su opinión; haz aquello que te gusta, que amas, que dejaste de hacer; no te aísles, no te descuides, no permites que los miedos, las dudas y la incertidumbre dicten el rumbo; y, si en algún punto, te sientes abrumado, busca a aquellos seres humanos que han estudiado durante años para comprender a la especie humana… psicólogos, les dicen. Seguro estoy que, con alguno de ellos, podrás salir adelante.

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Referencias

Savater, F. (2012). Ética de la urgencia.  España: Ariel.

Fromm, E. (2000). El arte de amar. Ciudad de México: Paidós.

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