Para la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2017), la violencia contra la mujer, especialmente la ejercida por la pareja, es un grave problema de salud pública que suele conllevar, la violación de varios de sus derechos humanos fundamentales. Esta institución enfatiza que, a nivel mundial, una de cada tres mujeres (35%) han sufrido, en algún momento de su vida, violencia física y/o sexual realizada por su pareja o por terceros, llegando a ser el 38% de los asesinatos de mujeres en el mundo, perpetrados por la pareja masculina.
En México, la situación es parte de esta estadística. El mes de abril pasado varios periódicos, entre ellos la Jornada y el Economista, publicaron que el primer trimestre del año 2020, fue el más violento para el género femenino, desde el 2015, registrándose 964 asesinatos de mujeres, de enero a marzo, 720 clasificados como dolosos y 244 como feminicidios. Sobre este último delito, el incremento fue 1.6% con respecto al año pasado y 62.6% desde el 2015.
Siguiendo las estadísticas de la OMS (2017), se puede pensar que, posiblemente, una buena cantidad de estos asesinatos fueron cometidos por las parejas de dichas mujeres, y que, probablemente, antes del homicidio existió violencia física, verbal, y/o sexual. Lo que nos lleva a la pregunta del encabezado de este artículo, ¿Por qué las mujeres permanecen en relaciones de violencia, incluso cuando les puede costar la vida?
Para responder a dicha interrogante, y con el conocimiento de que muchas mujeres que viven violencia crónica y recurrente, permanecen con sus parejas o regresan después de un tiempo de vivir alejados, Vargas-Núñez, Pozos, López, Díaz-Loving y Rivera realizaron una investigación que publicaron en el año 2011, la cual, tenía el objetivo de aumentar el entendimiento de las razones por las que las mujeres permanecen en este tipo de relaciones.
Como parte de la introducción del documento, los autores explican que, en la literatura existen varias explicaciones sobre las razones por las que una mujer permanece o regresa a una relación con violencia. Una primera explicación viene dada por la teoría del intercambio social y el análisis de costo/beneficio. Es decir, la mujer considera los beneficios y costos (consecuencias negativas), tanto de seguir, como de dejar la relación. El resultado de esta evaluación estará influenciado por su autoestima, su autoconcepto, su sentido de autoeficacia como mujer/madre soltera, entre otras variables. Por lo que, en muchas ocasiones, las conclusiones son negativas, más cuando existe dependencia económica, social, emocional o de cualquier otro tipo.
Existen otros aspectos para las mujeres, que los investigadores mencionan como relevantes al momento de quedarse en una relación de este tipo, por ejemplo: 1) Inversión, ya sea de tiempo o de recursos, a mayor inversión mayor probabilidad de permanencia; 2) Creencias de mejora sobre la conducta de la pareja y justificación de la violencia; 3) Estilo de afrontamiento ante el conflicto pasivo-evitativo, se podría resumir en la frase “más vale malo por conocido que bueno por conocer”; 4) Subestimación del peligro; 5) Escasa preocupación por sí misma y desmedida atención hacia factores externos como la pareja, la familia, los hijos, la casa, entre otras; 6) Distorsiones cognoscitivas sobre la violencia o el amor, que justifican las agresiones; 7) Historia de vida caracterizada por la violencia, se percibe esta forma de relacionarse como normal, tanto para el hombre, como para la mujer; y 8) Enamoramiento, si la mujer aun siente fuertes emociones hacia el hombre, justificará su conducta violenta.
Por otra parte, los autores describen que muchas investigaciones se han centrado en el abuso extremo que hace el hombre sobre la mujer. Sin embargo, ellos consideran que, la conducta violenta puede darse por ambos integrantes, destacando que ésta se construye entre los dos; es decir, existen interacciones bidireccionales que la generan y perpetúan.
Dentro de dichas interacciones se encuentran las relaciones de poder que cada pareja configura. Para los investigadores, el poder es la capacidad para decidir sobre la propia vida, pero también conlleva la capacidad para decidir sobre la vida de otros; por ejemplo, cuando una pareja tiene que decidir a dónde ir a cenar, qué auto comprar, qué ropa usar o qué foto subir a redes sociales. La forma en la que se toman éstas y otras decisiones configuran patrones o estilos de poder al interior de cada relación. Piense, ¿es usted o su pareja quien decide la ropa que usa, a quién le puede hablar, a dónde puede ir a divertirse, qué redes sociales puede usar y qué contenido puede publicar?
Algunas decisiones deberían ser tomadas de forma individual con base en los valores y creencias de cada uno de nosotros, pero en ocasiones, es nuestra pareja quien nos marca la pauta, y eso es un ejercicio de poder, la pregunte que sigue es, ¿cómo lo logra o lo logró?, ¿cómo hizo que dejara de hablar con mis amigos o de usar la ropa que me gustaba?
Para responder a lo anterior, se debe tener claro que, en todas las relaciones existen diferentes conductas de poder, mediante las cuales, la persona pide a su pareja que haga lo que él o ella quiere. En este punto, lo invito a pensar en cómo su pareja lo convence de hacer las cosas que posiblemente usted no esté convencido, no tenga ganas o no le guste. Identifique si su pareja da argumentos, mima, negocia, manda, impone o exige. Estas conductas son parte de los diferentes estilos de poder que los autores mencionan, entre los que se encuentran: autoritario, democrático, negociador, agresivo, evitativo, sumiso, afectuoso y conciliador.
Por lo anterior, y sabedores de que en las relaciones de violencia hay formas de ejercer el poder en las que ambos participan, los investigadores analizaron la relación que hay entre los estilos de poder y la apreciación de la relación y de sí misma, en mujeres bajo diferentes niveles de violencia. Específicamente, buscaban identificar cómo ejerce el poder la mujer, cuál es su apreciación de la relación y de sí misma, y si estos factores pueden mediar para que ella permanezca o deje la relación.
En la investigación de Vargas-Núñez, Pozos, López, Díaz-Loving y Rivera (2011) participaron 450 mujeres, de 18 a 66 años, las cuales conformaron tres grupos, de 150 personas cada uno, dependiendo de la frecuencia e intensidad de los eventos de violencia que vivían; por lo que, se tuvo un grupo de Violencia baja, Violencia moderada y Violencia Alta.
Los resultados obtenidos confirman que los estilos de poder y la evaluación de la relación y de sí mismas, son variables que influyen en la permanencia de las mujeres en relaciones de violencia. Se identificó que la mujer también ejerce poder en la relación, siendo la sumisión a partir de disculpar a la pareja y evitar el conflicto (permisiva y callada), las formas más utilizadas cuando la violencia era moderada o alta. En cambio, cuando la violencia era baja o alta, empleaban el estilo autoritario (áspera, violenta, brusca, explosiva) y agresivo-evitante (ignora, evade y es negligente ante sus responsabilidades).
Por lo anterior, parece que cuando la violencia es alta, las mujeres tienden a elegir dos caminos, ser sumisas o ser autoritarias/agresivas. Posiblemente, en algunos casos, sea este tipo de respuesta ante la violencia lo que las motive a quedarse en la relación, buscando la manera de cómo vengarse de su pareja, incrementado y perpetuando la violencia ya existente. Los autores enfatizan que las mujeres no reportaron utilizar otras formas de control, como son, el estilo afectuoso, democrático o conciliador; los cuales, podrían haberles ayudado a resolver o disminuir los conflictos. Tampoco pudieron explicar si fue la violencia la que limitaba el uso de otras formas de poder o si la ausencia de estos otros estilos, generaba y perpetuaba dicha violencia.
Con respecto a la valoración de la relación y de sí mismas, las mujeres obtuvieron puntuaciones que indican la existencia de una mayor preocupación por la relación que por ellas mismas. Es decir, parece que se preocupan mucho más por los aspectos positivos de la relación, por compararse con otras parejas, por disculpar el comportamiento violento, por analizar la relación y satisfacer las necesidades de los otros, que por sí mismas y sus necesidades, deseos y sentimientos.
Los datos también indican que, al incrementar la violencia, la valoración personal también lo hace, es decir, la mujer se hace consciente de que vale y merece respecto, cuando parece ser que lo ha perdido. Esto implica que, la mujer se da cuenta del aumento progresivo de las agresiones, sin embargo, decide quedarse. Los autores argumentan que esto se da, debido a que la violencia se convierte en un patrón circular, tanto que se transforma en una forma aceptable de interactuar con la pareja
A manera de conclusión, los investigadores argumentan que la mujer ejerce el poder a partir de una violencia pasiva e indirecta, una forma de control y venganza diferente a la que realizan los hombres; la cual, se vuelve una forma de interactuar y contribuye a incrementar y perpetuar el circulo de la violencia, evitando que tome la decisión de salir de éste.
Por otra parte, es importante reconocer que esta postura implica una responsabilidad compartida, un análisis que permita identificar la forma de control que cada uno ejerce sobre el otro, lo que esto genera y cómo podemos emplear otros estilos menos destructivos, con el objetivo de configurar relaciones menos violentas, procurando una vida en pareja basada en el diálogo y la conciliación y no en la amenaza, sumisión, autoritarismo y agresión.
Por lo anterior, cabría preguntar ¿Sabe usted cómo ejerce el poder en su relación? ¿No? Tal vez sea hora de ir al psicólogo.
Referencia
Vargas-Nuñez, B., Pozos, J.L., López, M.S., Diaz-Loving, R., y Rivera, S. (2011). Estilos de poder, apreciación de la relación y de sí misma: variables que median en la mujer, estar o no en una relación de violencia. Revista Interamericana de Psicología, 45(1), 37-48. Recuperado de: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=28421134006
Interesante artículo!!
Las mujeres se encuentran inmersas en un ciclo de violencia que se distingue por diversas fases… La mujer invisibiliza la violencia de la que es víctima, es incapaz de comprenderla y a veces se siente responsable de la situación. Luego, después de un suceso violento suele venir el periodo conocido como “la luna de miel”, dónde el agresor tiene ciertas atenciones con la víctima, lo que ocasiona que está le perdone. Ciertamente es un ciclo del que es difícil salir… Muchas mujeres (víctimas de violencia doméstica), al terminar las relaciones con sus agresores, a veces y de manera inconsciente repiten el patrón con posteriores parejas…
Y es justo en este círculo de interacciones en que la mujer tiene una participación, la cual, posiblemente de forma pasiva y desde la desesperanza nutre su permanencia y la del otro, evitando tomas decisiones y acciones que la liberen. Creo que eso es lo más importante, no perder de vista el rol que la mujer tiene en dicho círculo. Saludos.
Doc mi pregunta es, como definen los hombres violencia y las mujeres… pues violencia pasiva puede ser el quedarnos calladas o ignorar.. pero estar sentidas, tristes o alejadas por ser violentadas por la pareja se considera violencia pasiva?? Un gusto leerlo
Creo que esa respuesta pasiva, ante un tipo de violencia activa, puede ser considerada justificada y hasta necesaria; sin embargo, tendríamos que analizar hasta dónde y desde qué momento, esa conducta de ignorar, callar e invisibilizar se convierte en un mecanismo de control, en una forma de castigo hacia el otro, pero sobre todo, reconocer que el silencio y el aislamiento difícilmente contribuyen a encontrar una solución, a generar empatía y conocimiento sobre el “nosotros”, sobre la pareja, sobre aquello que nos hará sentirnos mejor estando juntos. Creo que el punto a analizar e identificar es cuánto dura y qué busca este tipo de respuestas pasivas. Saludos.
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