Después de tu partida, me quedé amilanado, petrificado, con la mirada perdida, con el deseo de guardar tanto silencio que mis oídos fueran capaces de escuchar a mi corazón, él parecía hablarle a mi fuero interno, tratando de guiarlo por este nuevo sendero de la soledad. Lo único que quería escuchar era el silencio y la melodía rítmica y apaciguadora de mi sangre golpeando mis sienes.
Sin saber cómo seguir, me refugié en la lectura, en libros viejos que había leído, y que, como tratando de encontrarles un nuevo sentido, al igual que a mi vida, comencé a leer nuevamente. Me topé con Vargas Llosa y su niña mala. Paradójicamente, una actividad destinada a tu olvido, hacía todo lo contrario. En cada hoja me acordaba de ti. Las travesuras de la chilenita, me removían los momentos que compartimos juntos. Nuestros domingos furtivos y fugaces, nuestros encuentros pasionales y esporádicos, la descripción precisa y poética de un amor, de una mujer que era musa, diosa, melodía, acorde, cuerdas y pisadas; pero también, verdugo, carcelero, dictador, flagelo y látigo; que era capaz de evocar las emociones más disimiles: amor y odio, ternura y desprecio, pasión y desdén, deseo e indiferencia. Una mujer que llegó a cambiar la vida del niño bueno para enamorarlo y dejarlo, tantas veces como se le antojó, como quiso, como pudo. Una mujer con las orejas genéticamente confeccionadas para ser consideradas una obra de arte minimalista; con un aroma elegante y sofisticado, con un cuerpo delgado, estilizado, impecable, perfecto. Una mujer que era amada por el niño bueno, por el pichiruchi huachafo que le escribía poesía y la extrañaba, templado al cien como becerro, mientras ella estaba con alguien más. Esa mujer que, para mí, eres tú. Tú eres la niña mala de mi vida, de mi cuento, de esta novela que escribo con los ojos vendados, a tientas, en hojas sueltas y con la destreza de un niño de 3 años.
A lo largo del libro sufrí y disfruté cada una de las confluencias, de las partidas reiteradas y predecibles, de los reencuentros anhelados y confusos. De toda esa vida borrascosa por un amor que está con otros, pero no quiere que tú lo estés. Disfruté tanto el libro y el cúmulo de recuerdos que me trajo de ti, que el final me dejó sumamente triste, cabizbajo, sin ánimos de seguir. De lo único que tenía ganas era de correr a tu lado, de pedirte que me dejaras leerte ese final, como cuando cuentas un sueño esperando que no se cumpla. Yo solo quería que te recostaras en mis piernas, cerraras tus ojos y escucharas como te leía un desenlace que odié, mientras te veía de reojo y esfumaba la tristeza con tu presencia, con la caricia que te haría con mi mano derecha en tu frente, mientras trataba de entornar las silabas a la perfección para que tú pudieras captar el mensaje del libro, y de mis manos. Yo solo quería que ese final no fuera el nuestro. Yo solo quería que al final, te quedaras conmigo.
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